Por Martín Díaz
Los centros educativos de nuestro país deberían ser el semillero donde la juventud se prepare para construir un mejor futuro para México. Deben ofrecer a los jóvenes la oportunidad de encontrar en el estudio el camino hacia un porvenir más prometedor, y lograr que cada vez sean menos quienes, ante la falta de oportunidades, vean en los grupos criminales una salida, situación que ha costado la vida a cientos de ellos.
En una sociedad cada vez más polarizada, donde la práctica de los valores esenciales para una vida sana y próspera es casi nula, resultan preocupantes los recientes acontecimientos en un plantel educativo de nivel medio superior. En el CBTIS 78 en Altamira, Tamaulipas, un director de escuela fue agredido por un grupo de jóvenes, algunos de ellos encapuchados, quienes acusaron al maestro de comportamientos indignos de un educador.
Lo más alarmante es que los encapuchados no eran vándalos ajenos a la escuela (aunque se sospecha que hubo infiltrados), sino en su mayoría alumnos del mismo plantel. Jóvenes que deberían profesar respeto hacia las autoridades educativas fueron los principales agresores. Si el director tiene alguna responsabilidad, debió ser sancionado con todo el rigor de la ley para que este tipo de acciones no se presenten nunca en nuestra sociedad. Sin embargo, nada justifica la violencia.
Estos hechos son solo el reflejo de lo que, como adultos, hemos mostrado a nuestros niños y adolescentes. Hemos polarizado la política a tal grado que hemos perdido la capacidad de intercambiar ideas con quienes piensan diferente sin que las agresiones verbales o, peor aún, físicas se antepongan al razonamiento.
Como sociedad, hemos degradado el valor del esfuerzo y la honestidad. Mientras aquellos que buscan en la preparación y el estudio un modo de vida digno y honrado se enfrentan a un camino lleno de retos, ven cómo otros se enriquecen promoviendo una sociedad superflua y lucrando con prácticas deshonestas. La mayoría de nuestra clase política, con muy contadas excepciones, solo fomenta el «agandalle» como premisa, siendo su comportamiento un mal ejemplo para las nuevas generaciones, que ven en la política una atractiva fuente de riqueza e impunidad.
Las discusiones entre las diferentes ideologías en las cámaras, los congresos y los cabildos a menudo van más allá de simples debates, llegando penosamente a la violencia. Este es el ejemplo que le hemos dado a nuestras nuevas generaciones.
La agresión a un maestro en una escuela es una señal que no podemos ni debemos dejar pasar. Es el comportamiento de una nueva generación que, al sentir vulnerados sus derechos, optó por la violencia como respuesta. Una violencia que de ninguna manera se justifica, pero que es el reflejo de lo que hemos mostrado como adultos.
Es urgente que nos preocupemos y nos ocupemos de lo que está pasando con nuestros jóvenes, para no lamentar que estos hechos sigan lastimando a nuestra patria.
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