Un 10 de abril, diferente
Desde mis días de preparatoriano, he visto el 10 de abril como una fecha oscura, amarga. La muerte de Emiliano Zapata, en ese día, era aciago para la sociedad rural y urbana más desprotegidas. Al pasar de los años, apareció un libro que alumbró las penumbras que tenía sobre el Caudillo del Sur –los fifís, dirán como lo han dicho siempre: el Atila del Sur–: Zapata, del historiador norteamericano, John Womack.
La prosa del gringo, sorprendió a todos: historiadores y profanos de la ciencia que estudia al hombre en el tiempo.
Es ya un clásico en la bibliografía que aborda la revolución mexicana.
Tuvieron que pasar décadas, para que la propuesta de ese texto genial, fuera superado por un historiador mexicano: Felipe Ávila. En Los orígenes del zapatismo, debate con Womack y desde el uso de fuentes primarias, el análisis de textos y la ponderación de interpretaciones, confronta al norteamericano: los campesinos del estado de Morelos, no fueron conservadores –“es la historia de unos campesinos, que hicieron una revolución para no cambiar…”, fue su tesis central–; operaron conscientemente, una revolución social en su entidad y en varios estados vecinos.
Si tuviéramos como telón de fondo, el escenario presente, diríamos: Womack, fue un intenso fifí, que escribió en forma brillante sobre la revolución agraria más relevante en la historia de México y de su líder en jefe.
Ávila, no sólo supera la vieja visión de Zapata que Womack, había hegemonizado por su enorme peso académico y lo espectacular de su trabajo; exhibe, también, el gran esfuerzo social de campesinos de Guerrero, la ciudad de México, estado de México, Hidalgo, Puebla, Veracruz, Michoacán y Oaxaca, en la grande jornada de imprimir un vuelco a la propiedad de la tierra y abonar en la toma de conciencia de la sociedad rural.
En similar tenor –si estuviéramos inmersos en la intensa lucha ideológica, de AMLO vs conservadores–, diríamos que Ávila, es un fiel representante de los historiadores de la IV Transformación.
Sin duda.
Desde la Academia se ven más claros los fenómenos histórico-políticos del país; los del pasado y los del presente.
A la perspectiva de Felipe, se ha sumado Pedro Salmerón. En su reciente libro, La Batalla por Tenochtitlan, demuestra que el zapatismo es la condensación de movimientos indígenas –desde la mal llamada Conquista–, las luchas de campesinos durante la Colonia, las jornadas épicas de hombres de campo en la Reforma, para coronar su más alta expresión revolucionaria en la convulsa época de 1910-1917.
Para Salmerón, el zapatismo, ha sido una energía social permanente en el México de hoy y el de ayer: sustenta esa tesis, con un dato irrefutable: la movilización del zapatismo del comandante Marcos, da continuidad y permanencia a las jornadas rebeldes de las comunidades indias y campesinas mexicanas.
Por su trayectoria y la forma de morir –traicionado, cobardemente asesinado–, los 10 de abril me entristecen y sueño deseando que la historia no hubiera sido como fue.
Afortunadamente, la conmemoración del asesinato de Zapata, este año será diferente.
Tendrá un ingrediente esperanzador: votaré para que un presidente –AMLO–, siga siendo presidente.
Escribir historia, es un hecho envidiable…
… hacer historia, es un acto dichosamente ciudadano.
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